Haber estudiado arquitectura en los Estados Unidos me expuso a dos fenómenos americanos: el primero la cultura de DIY - Do-It-Yourself - que se puede traducir como hazlo-tu-mismo, en donde se espera que no solo los arquitectos sino que cualquier persona sepa cambiar una llanta de un carro, cambiar el filtro de un aire acondicionado o construir por lo menos una toolshed o bodega para herramientas con sus propias manos. A cierta escala, un arquitecto americano es también un contratista. Sabe construir, no en teoría, sino con sus manos, una casa entera con las herramientas en su cinturón de construcción y en la cama de su camioneta. Lo otro fue aprender a participar en concursos universitarios en donde uno, como equipo universitario, pone a prueba no solo su conocimiento arquitectónico sino su actitud DIY contra otros equipos universitarios. Cada verano, yo participaba en un concurso inter-universitario para diseñar y construir una casa sustentable para alguna comunidad en particular. Fue en esos concursos que descubrí el trabajo de Rural Studio, liderado por Samuel Mockbee y los alumnos de la universidad de Auburn. Nosotros, en la Universidad de Texas en Austin, sentíamos que teníamos mejor técnica e inclusive mejor gusto. Pero ellos, en su proceso, tenían una empatía hacia el cliente y una astucia por resolver problemas de maneras inesperadas que nosotros no habíamos ni considerado. Nuestro proyecto parecía un proyecto de estudiantes de arquitectura preocupados por su diseño. El de ellos, parecía un proyecto menos sofisticado, inclusive un poco torpe, pero resolvía con una inteligencia intangible el generar una casa que sus ocupantes se sintieran orgullosos de ella. De una extraña manera, sus ocupantes se reconocían en ella.
Luego fui que busqué más de su trabajo y descubrí un puente que considero cambió mi manera de aproximarme a la arquitectura. Era un puente sencillo, con una techumbre de dos aguas de acero inoxidable que no media más de veinte metros de largo. El puente se ubica en un parque estatal con una comunidad de pescadores. Nada extraordinario hasta que uno lo recorre y lo usa. La techumbre de un lado no llega hasta abajo sino se detiene justo lo suficiente para permitir a uno sentarse debajo de la techumbre y pescar desde ahí sentado en el piso. Del otro lado, la techumbre se interrumpe por una ventana horizontal que resalta el riachuelo que el puente cruza. Con esos dos gestos, por no mencionar nada del carácter material o de la astucia estructural del diseño, me reiteró que el trabajo de Rural Studio es un trabajo humanista, donde el cuerpo es el punto de partida y donde el cómo la arquitectura apoya las actividades cotidianas es una prioridad. Lo que he aprendido de Rural Studio es que la arquitectura también tiene alma, y que esa alma se hace evidente en cuanto se comunica con el alma de sus usuarios.